Recientemente he vuelto a meditar en el tema del luto profesional. Alguna vez, en el siglo pasado (literalmente), pasé por ahí.
Tenía veintidós años, estaba en este trabajo que me encantaba, trataba de hacerlo de la mejor forma y realmente lo disfrutaba. Hasta el día que expresé una opinión solidaria que no le gustó a mi jefe y listo, terminó mi andanza en ese lugar.
Cinco años y medio a la basura. Todo lo que había sacrificado para tenerlo y ahora, por la opinión ventajista y acomodada de mi jefe, todo se fue para la porra. No se me dio ni la oportunidad de despedirme de los clientes y terminé yendo a recoger mis cosas días después rodeado de miradas que me hacían sentir que había cometido un delito.
Así me sentía en el momento. Lo bueno es que me enfoqué en mis estudios en administración y acá sigo, años después, agradecido por esa oportunidad laboral y que el evento del despido haya sido un impulso para mantenerme estudiando.
Pero el luto del momento fue muy difícil de asimilar. ¿Por qué a mí? Al final de cuentas lo que solicitábamos era un trato más justo, ¿no se suponía que de eso se trataba? Si hacía bien las cosas, ¿por qué la sensación de haber salido un delincuente?
Es un estado emocional que podemos gestionar
Uno tendería a pensar que los profesionales hoy día tenemos claro que, laboralmente, hoy estamos y mañana no. Quienes estamos en el área de formación hemos insistido en la necesidad de que los profesionales adoptemos la competencia de “aprender, desaprender y volver a aprender”, que seamos resilientes y abracemos los cambios.
Sin embargo, ¡cómo cuesta hacerlo!
Está claro que por más aprendamos de inteligencia emocional, nuestras emociones no son tan fáciles de gestionar en momentos de luto profesional. Y está bien, porque es parte del aprendizaje en esa área. Ni nacimos aprendidos ni terminamos de aprender con un certificado de conclusión de estudios. Es en el día a día donde vamos sacando el doctorado en gestión de emociones.
Un par de acciones rápidas para salir adelante
Es importante recordar que un despido o la renuncia a un trabajo por una situación complicada no nos hacen menos profesionales y es algo que no está bajo nuestro control. Sin embargo, ello no nos hace los peores profesionales del mundo.
Recientemente lo conversaba con esta cliente en una sesión de recolocación laboral. Haber sido despedidos no nos resta valor profesional. Hay ocasiones donde no podemos competir contra un presupuesto ajustado, contra el grupito de confianza del jefe nuevo o contra una empresa que no está interesada en reducir su rotación laboral porque no ha entendido de los costos que esta situación acarrea. Sencillamente se escapa de nuestras manos.
Lo que no se escapa de nuestras manos es la actitud con la que enfrentamos esa situación. A pesar del dolor, de la incertidumbre y, hasta de una cierta vergüenza, lo lógico es levantarnos pronto y evaluar nuestras opciones. Te propongo un par de acciones importantes para superar pronto el luto profesional:
- Avisale a todos tus contactos que estás en búsqueda activa de empleo: no hay porqué sentir vergüenza de lo ocurrido. La vida sigue y entre más pronto muevas tu red de contactos, más rápido empezarás a encontrar y valorar opciones, te motivarás nuevamente y entenderás que el mundo no se ha acabado todavía.
- Hacé un inventario de fortalezas y competencias claves en tu último trabajo: qué de todo ello te servirá en tu nuevo trabajo, el que ya estás buscando. ¿Qué aprendiste, que dejaste de usar, que competencias nuevas necesitás? Hacé el listado e incorpóralas en tu propuesta de valor.
El luto hay que vivirlo, pero no podemos quedarnos estacionados mucho tiempo allí. ¡Ánimo!
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